Columnistas

“Soy un discípulo del filósofo Diónisos, preferiría ser un sátiro antes que un santo. […] Lo último que yo prometería sería «mejorar» a la humanidad.” (Ecce Homo, Nietzsche).
“En la afirmación de lo múltiple hay la alegría práctica de lo diverso. La alegría surge como si fuera el único móvil para filosofar.” (Nietzsche. Gilles Deleuze).
«Pensar es, mal que nos pese, no un oficio, sino una iluminación sobre la posibilidad de que algo trascienda.» (Rodolfo Kusch).


Geopensamiento
Este concepto es acuñado en la reflexión que realizó el pensador argentino Rodolfo Kusch, en torno a la relación que posee la cultura y el pensamiento en América Latina. Es en Geocultura del Hombre Americano (1976) donde se depositan los supuestos filosóficos: la diferencia entre la filosofía y el pensamiento, la relación que tiene el pensamiento y la filosofía al interior de la cultura y de cómo cada una de ellas traduce en términos culturales distintos la situacionalidad en América Latina: «El problema de América en materia de filosofía es saber quién es el sujeto del filosofar. Evidentemente el discurso filosófico tiene un solo sujeto y éste será un sujeto cultural. Mejor dicho, la filosofía es el discurso de una cultura que encuentra su sujeto.»; del mismo modo habría que interpretar la cuestión del pensar, en términos de que «Quizá no podría tomarse mucho más allá que como una forma especial de pensar, en tanto este pensar, desde el punto de vista etimológico, implica el concepto de pesar. Según esto el filosofar no es más que un pesar lo que nos ocurre.» Así, la filosofía es la lectura cultural de un sujeto que pesa en el pensar la existencia humana.
De este modo, la filosofía en nuestro continente se abre a la antropología cultural para pensar una antropología filosófica, es decir, de un sujeto desde donde pensar; pues es al interior de este sujeto donde encontramos una contradicción frente a todos los supuestos filosóficos que occidente construye en función de su propio “sujeto cultural”. No es sólo el tiempo histórico relevante a la hora de pensar, es fundamental el lugar cultural que se ocupa. El pensamiento no sólo “ocurre” sino que también “ocupa” un lugar donde “cae” el pensar. Es en el acontecimiento de esta experiencia donde el pesar del lugar se instala como referente geográfico de la existencia humana, puesto que «No hay otra universalidad que esta condición de estar caído en el suelo, aunque se trate del altiplano o de la selva.» El pesar, no sólo hace la instalación del pensamiento sino también de la existencia. Así, la filosofía es una cuestión de saber pesar la consistencia de la existencia del ser humano. “Ser Humano” tiene mucho que ver con esta condición de estar caído, ocupando un lugar; sin embargo notamos una cierta pasividad en este Ser, un ser que no intenta transformar el mundo en función de sí mismo y que opera desde otro punto gravitatorio. Para Kusch, es afortunado el idioma español, puesto que aún conserva esta “diferencia gravitatoria”: Ser y Estar. La interpretación que realiza Kusch, es pensar que en términos filosóficos, la reflexión occidental tiene como centro gravitatorio al Ser; mientras que en América Latina gravita en torno al Estar. Por ello, existe una diferencia gravitatoria entre “ser vivo” a “estar vivo”, del mismo modo que “ser humano” y “estar humano”.
La idea de “Ser humano” es una condición que se ha modificado en el tiempo; la historia ha sido creada para describir este proceso, la política para la administración de dicha idea de “humanidad”, y el derecho para legalizar y normar la conducta de dicho ser. De hecho esta “idea” de ‘ser humano’ es lo que se ha vuelto tan controversial que hasta su sentido original ha perdido fuerza y consistencia. “Ser Humano” se ha vuelto una cuestión de índole contractual, jurídica y distributiva, una cuestión biopolítica. El Ser Humano se ‘civiliza’ como política socio-cultural, dejando tanto a la subjetividad y a la libertad engrilladas a un orden epistémico, al poder de saber ‘lo que es bueno para el ser humano’; del mismo modo en que el Humanismo devine la política cuando pasa gobernar la vida humana y por tal, a constituirse como biopoder. La dinámica del biopoder (cuerpo-individuo, cuerpo-especie) presente al interior de la “naturalización (política) del Ser Humano” es un conjunto de estrategias de saber y de relaciones de poder que se articulan desde el siglo XVIII: cuando comienza a utilizarse lo biológico como componente de una tecnología política. El “ser” de lo “humano” queda reducido a una construcción epistémica y a un orden político. Quizá por eso son los enormes esfuerzos que instala en pensamiento occidental en la ontología del ser, una manera en que se pueda salvar en vano la metafísica.
Recientemente, en un encuentro cultural organizado por el gobierno chileno, en el cual se debatiría abiertamente sobre las necesidades de las organizaciones culturales y las propuestas que iban a satisfacer estas mismas necesidades. Lo importante de este encuentro, no fueron sólo las ideas que se manifestaron de las distintas organizaciones y representaciones que señalamos en nombre de “La Cultura”, sino que también la sistematización, la tecnificación del lenguaje, la organización tecnocrática de dichas ideas por parte de la institución organizadora.
En este mismo encuentro estaban presentes los representantes de la comunidad Diaguita de la IV Región. Su petición era simple: el participar activamente de las actividades culturales que el gobierno propusiera y contar con un lugar para realizar allí las ceremonias de acuerdo a sus tradiciones culturales. Todos los presentes estuvieron de acuerdo en lo primero y lo valoraron de manera significativa, sin embargo, lo segundo, fue ignorado (casi como si se hiciera oídos sordos). Llama la atención el valor semántico que adquiere lo cultural: el primero es mostrar un producto determinado, una vasija de greda, un adorno de orfebrería, etc.; mientras que el segundo, apela a un indeterminado de una cultura (lo sagrado), aquello que no puede exhibirse en los escaparates turísticos, aquello que no es posible de señalar y establecer evidencias de corte objetivista ni tecnocrático.
El valor sagrado de una cultura está muy por de debajo de la valoración del producto de una cultura, bien lo decía Slavoj Žižek (filósofo esloveno) que es más fácil imaginar el fin del ser humano que el fin del capitalismo. Esta simple incomprensión hace  la distancia entre dos distintas formas de pensar, del mismo modo en que se diferencian dos ‘formas de vivir’ diferentes.

A menudo escuchamos que el estancamiento de nuestra educación, suele atribuirse a una falta de técnica, es decir, al desconocimiento del cómo; así escuchamos que “los profesores no están capacitados para hacerse cargo de los problemas educativos”, o bien “el problema educativo es algo que ha superado a la contingencia de la sala de clases y de los docentes”. Como una forma de responder a esta demanda social, la respuesta frente a este tipo de dificultades ha quedado remitida al dominio técnico de la educación y a la idoneidad de las competencias de quienes imparten la docencia. La capacitación técnica, por tal, es y ha sido el corolario frente a la resentida ‘calidad de la educación’. Sin embargo, conviene precisar que la técnica es y ha sido siempre un proceso posterior a la educación misma.

Y qué es la técnica entonces, sino esencialmente una puesta en práctica de lo que se espera, de ahí su afán de aplicación, de trabajar con lo previsto; sustrayéndose a la posibilidad de la novedad: la técnica opera siempre en torno lo mismo; por eso que no hay técnicas para prever lo desconocido, lo diferente. ¿Acaso no se educa a los jóvenes de antemano, para pre-ver, ver antes, y saber ya lo que se da? ¿No será que hemos perdido a fuerza de la técnica la posibilidad de apertura de la educación, o si se quiere del reencantamiento de lo humano? O como lo plantea Joan-Carles Mélich una pedagogía de la exterioridad y la alteridad, una pedagogía de la radical novedad, aquella que se instala fuera de la lógica del sistema, del uso técnico pedagógico, sino más en la hospitalidad.

Podríamos decir incluso que el problema de la educación, en cierta manera, es independiente de la técnica, como si la educación buscara ‘algo que decir’; sin embargo se privilegia más bien lo segundo: el ‘cómo decir’. Y si es así, el problema educativo apunta entonces a un suelo semántico en el que se moviliza el ‘acogimiento’, la ‘responsabilidad’ y la ‘hospitalidad’; y sólo, posteriormente el ‘saber hacer’ de la técnica.

Desde este punto de vista, el problema educativo consiste antes que todo en «una situación óntica cristalizada en una afirmación ética.»[1]; y que tal vez, a esto señala lo semántico del algo que decir, el cual predomina por sobre el cómo hacer. ¿Acaso no sería sintomático pensar que se sobrevalore el cómo antes que el ‘algo’?

Lo que hoy nos reúne en la educación es la asfixia de su sentido, la opresión que nos causa la caída de su sentido. Tal vez hoy sea la oportunidad de comenzar a realizar una lógica de la negación educativa, una tal, que reflexione sobre la engañosa afirmación de la técnica, donde se reitera lo sabido antes que lo dado; una negación que sostenga que toda técnica es falsa en el fondo: (¿por qué?) porque pensar lo contrario, sería afirmar que, “si no tenemos técnicas, no se podría educar, pensar ni siquiera hablar”. Y aunque las tuviéramos ¿de qué vale la adquisición de técnicas, sino sabemos para qué?

La educación no es un manipuleo técnico, así como tampoco el menudeo del saber; y sin embargo nos hemos acostumbrado a un saber acumulativo y cuantitativamente visto, haciendo de la realidad educativa, un mundo de cantidades. No debería causarnos extrañeza esto, puesto que la educación en este país, se esgrime sobre la base de la competitividad, coincidente con el afán de producción y de logros subjetivos.

Hemos construido una educación sobre la base de las finalidades (telos) y no sobre sus principios (arje). Nos hemos acostumbrado a usar para la educación un lenguaje técnico-pedagógico (técnico-administrativo); y confiados en el destello de la respuesta “científica”, dejamos en la intemperie la pregunta que, clase a clase, nos interroga el desplegarse de lo humano.

La exhortación, el llamado de este encuentro, es comenzar a reflexionar sobre los pliegues, los dobleces de lo que denominamos ‘comunidad educativa’, y dejar de entenderla como una tela lisa o extendida dispuesta sobre la mesa, donde se tijeretea la prenda, para su posterior exposición en los escaparates de la comercialización.

No se trata de observar lo primigenio, la génesis de la experiencia del significado; sino de entreverar que la experiencia humana aún sostiene la negación que adolece el sentido. ¿Será por ello que la experiencia educativa es tan frágil, puesto que en ella siempre existe el miedo de no tener sentido, de no tener ninguna dirección?

En esta apertura, como todo explorador, quisiéramos iniciar esta tarde un viaje al diálogo fructífero y honesto; donde, tal vez, sin saber lo que nos espera, nos arriesguemos a dar un paso más en este camino que hollamos en común.

 

[1] Rodolfo Kusch. Geocultura del Hombre Americano; en Obras completas Tomo III. Editorial Fundación Ross. Rosario. Provincia de Santa Fe. Argentina. 2000. Pág. 10.

Algunas de las discusiones contemporáneas, que podemos encontrar en el ámbito de la filosofía, dice relación a lo que se ha denominado “crisis de lo común”[1]. Dicha crisis, expone a lo común como un lugar que hemos perdido, o mejor, lo que antes aseguraba un “lazo social”, una cierta “consistencia en la convivencia”; hoy se construye sobre un fantasmagórico simulacro: el espectáculo de la política, la militarización de la existencia para defender la vida, las “guerras preventivas” en resguardo de lo común (como podemos apreciarlo en la denominada “zona del conflicto mapuche”―la “zona roja”―), etc. La crisis se entronca en el cuestionamiento de esta “forma-de-vida” llamada común (Peter Pál Pelbart; 2009; 21).

El propósito de estas líneas, no tiene otro principio que recordar la novedad que gravita en torno la vida en comunidad. Entre la novedad que se nos ofrece en lo común y la experiencia de la subjetividad, existe un abismo que los diferencia. Nuestra responsabilidad no es por la diferencia, sino ante ella; ante la novedad de la experiencia común que nuestra subjetividad se sustrae, se resta.

 

I

«…yo no os aconsejo el amor al prójimo. Yo os aconsejo el amor a lo más lejano.»

(Nietzsche. Así hablaba Zaratustra)

 

¿Cuál es el amor más lejano al prójimo?

El amor a lo desconocido, es al mismo tiempo, lo que más tememos: «dar un paso nuevo, pronunciar una palabra nueva…» (Dostoievski; 1999; 66); el amor más lejano es aquel que se despliega en la novedad de la relación, aquel que excede las fronteras mismas de la relación: es aventurarse más allá de los límites del amor, explorar la novedad de la imposibilidad de la relación. El amar lo más lejano nos acerca a su vez a un amor imposible: un amor que excede a mis propias posibilidades: como si mi experiencia fuese insuficiente, insignificante, residuos de aquello que nos excede, como si el amor estuviera gravitando la elipse de otro centro.

Y sin embargo, no es el centro el que se desplaza, sino que nosotros quienes gravitamos en torno otros ejes. “El nihilismo comienza con un desplazamiento del centro de gravedad de la vida hacia otra esfera que no es la vida misma” (Peter Pál Pelbart; 2009; 294); es decir «Si se sitúa el centro de gravedad de la vida no en la vida, sino en el “más allá” ―en la nada―, se despoja la vida de gravedad.» (Nietzsche; 1985; §43).

Este nihilismo es el que lleva a situar al sujeto y a la subjetividad como centro de la vida moderna en el pensamiento occidental; exponiéndonos claramente la crisis del eje metafísico y moral; puesto que será dicho sujeto quien a través de sus capacidades cognitivas y prácticas pueda transformarse en el artífice de sus propios desarrollos y progresos, asegurando así su independencia, autonomía y autovalencia.

En suma, la subjetividad pasa a ser el centro gravitatorio de la vida humana: del ‘mundo de la vida’ (Lebenswelt) que nos hablaba Husserl. Esta transformación ha resultado ser sintomática, desde múltiples aspectos. Por ejemplo, una de las fórmulas en que ha evolucionado la política económica capitalista a través del neoliberalismo, es en la mutación de lo que Foucault llamaba la biopolítica, es decir, el poder que se ejerce sobre el ámbito de lo biológico, lo somático, lo corporal[2]. Hoy las discusiones se entroncan en torno a una psicopolítica, la cual tiene a la psique como fuerza productiva y no al cuerpo. La denominada psicopolítica, está relacionada a la forma de producción inmaterial o incorpórea que ha se puesto énfasis en el capitalismo actual: «No se producen objetos físicos, sino objetos no-físicos como informaciones y programas. (…) Para incrementar la productividad, no se superan resistencias corporales, sino que se optimizan procesos psíquicos y mentales. El disciplinamiento corporal cede ante la optimización mental.» (Byung-Chul, 2014, 42), donde se puede eliminar terapéuticamente toda debilidad funcional, todo bloqueo mental.

La optimización mental coincide con la optimización del sistema, del mismo modo como el capitalismo de consumo capitaliza las emociones y los sentimientos. No ha de extrañar por tal, que en lugar de la racionalidad, hoy entra a escena la emocionalidad manifestada en el despliegue libre de la personalidad. Ser libre, equivale a decir, dejar en libertad a las emociones. En el capitalismo se celebra la libertad como una expresión de la subjetividad. La economía de la subjetividad se ha convertido en el fundamento constituyente de la sociedad neoliberal como chilena.

Lo cierto es que este deslazamiento hacia el Sujeto ha logrado instalarse de manera epistémica, capaz de ordenar las relaciones se saber y poder (Foucault), adquiriendo con ello, la figura de un ser constituyente, a saber:

 

  1. se ufana de brindar protección y reconocimiento; en otras palabras, de compartir su poder, validarse, legitimarse, legalizarse;
  2. da respuestas al orden deseable de quienes participan de sus valores;
  3. se ostenta que ‘lo bueno’, ‘la verdad’, ‘el conocer’ es todo aquello que permite el mantenimiento del sistema como objetivamente valioso;
  4. refuerza la cohesión racional en su interioridad y el poder hacia lo exterior, expresado en el dominio o en la obtención de éste;
  5. sustenta su supremacía en la negación del otro, para situarse, resguardarse, mantenerse y dar respuestas a su condición de ser.
  6. La subjetividad deja de ser un estado y pasa a autorreferirse como una condición.

La independencia y la autonomía, la libertad y la verdad, comienzan a ser el centro gravitatorio del sujeto, la vida es desplazada al ámbito de lo común, lo trivial, lo impersonal, lo indistinto, lo indiferente. El sujeto se desarrolla sobre la base de las relaciones de interés, es decir, sobre la utilidad; la relación social en el fondo es el perfeccionamiento económico de sí mismo. El amor al prójimo obra desde el interés subjetivo, el amor más lejano obra en el desinterés, o si se quiere es puro gasto (Bataille).

 

[1] Autores como George Bataille, Maurice Blanchot, Jean-Luc Nancy, Roberto Espósito, Toni Negri, Giorgio Agamben entre otros.

[2] En psicología al menos, esto lo apreciamos en la naturaleza de la enfermedad, para el pensador francés «la patología mental exige métodos de análisis diferentes de los de la patología orgánica, y que sólo mediante un artificio del lenguaje podemos prestarle la misma significación a las “enfermedad del cuerpo” y a las “enfermedad del espíritu”.» (Foucault, 2008, 20).

 

Hacer fotografías de un alto impacto visual pareciera necesariamente ir acompañado de estar en un lugar con cualidades especiales. Se han masificado en poco tiempo las agencias especializadas que organizan viajes tentadores a otros países.

Es así como Islandia, Costa Rica, la India o África, por mencionar algunos destinos, están al alcance de un par de dólares o euros. Es cierto, decir que están al alcance en realidad no es tan cierto, tampoco que bastan un par de billetes.

Lo que sí es verdad es que la oferta abunda, y las agencias dedicadas a este negocio también.

Algo parecido ha ocurrido con los viajes internos también. Torres del Paine, el destino por excelencia en Chile para hacer fotografía. San Pedro de Atacama tampoco se queda atrás.

He seguido con interés el desarrollo de este mercado. Seamos sinceros, también me gustaría estar en Islandia disfrutando de esos paisajes sacados de libros de fantasía. También me gustaría presenciar el amanecer sobre los cuernos de Paine junto a un buen primer plano para tener una de esas fotos que te dejan sin aliento.

Por alguna razón, o razones, no lo he hecho. El bolsillo es una de ellas. Pero soy un apasionado y cuando quiero algo sé que me la jugaré por conseguirlo. Y no lo he hecho. ¿Por qué?

 

EL MEJOR LUGAR PARA HACER FOTOGRAFÍA

Mientras más he estudiado fotografía, leyendo libros, artículos o videos, me he vuelto exigente con mi tarjeta de memoria. Espero en ella siempre encontrar imágenes que me llenen el paladar. Y se vuelve difícil.

He visto tantas fotos que bordean la perfección en Islandia, tomadas por profesionales con años de experiencia, que me asusta un poco estar ahí. He visto tantos colores imposibles sobre las Torres del Paine, que tengo miedo de que en mi paleta no me de la mezcla.

Mi primera interrogante suele ser: ¿Qué podría aportar yo con mis imágenes en lugares en donde pareciera que se han hecho todas las fotos que se puede?

Sí. De seguro fotógrafos como el creativo Fernando Puche no me perdonaría decir esto. Siempre hay cosas nuevas por hacer. Y estoy de acuerdo.

Quizás el real problema es que no me seduce demasiado ir por esas cosas nuevas. Alguien dijo alguna vez que las mejores fotografías estaban cerca de casa. Creo que fue José Benito Ruiz, fotógrafo español que considero mi inspiración.

El hecho es que me lo tomé en serio. Cuando partí con mi cámara, empecé a retratar el paisaje cercano a mi casa: el Valle del Elqui desde las montañas. Cada cumbre que alcanzaba, ofrecía una perspectiva diferente del entorno. Al compartirlas por redes sociales, me di cuenta de que la misma gente de esta tierra reaccionaba con sorpresa. 10, 20 o 30 años viviendo en el mismo lugar y nunca habían visto el paisaje desde ese ángulo.

No sabían que había una laguna escondida. Una terma natural. Un cerro de increíbles colores. Un glaciar, un humedal, una cueva, una cascada, una formación rocosa con cierta forma particular. En fin. No conocían su propio territorio.

Descubrí entonces una motivación extra en mi trabajo. Mis fotos no sólo servían como una "bonita postal", sino que también construían realidad, ayudaban a difundir la belleza de mi propia tierra y, por añadidura, ayudaba a la conservación del entorno. Conocer para proteger.

Esas mismas termas, lagunas o cascadas, hoy viven bajo constante amenaza de desaparecer por acción humana. Mis fotografías entonces empiezan a tener un valor diferente para mi. Son testimonios de un territorio que nos están arrebatando o que estamos destruyendo. Un espacio que quizás las próximas generaciones no sabrán que existió, o al cual ya no tendrán acceso.

Todo esto me ha llevado a entender, con el paso de los años, que el mejor lugar para hacer fotografía es mucho más que un paisaje bonito o un territorio exótico. Hoy entiendo el mejor lugar para hacer fotografía como el lugar que te inspira algo, que hace que tus fotos se hagan con un amor y una pasión que se transmita y que las doten de un valor mayor al simplemente estético.

Y yo amo mi tierra. Y la fotografía me da la oportunidad de devolverle ese amor, desde mi humilde trinchera, ayudando a conservarla, protegerla y defenderla.

En ella, cerca de casa como decía José Benito Ruiz, he encontrado el mejor lugar para hacer fotografía.

En el ámbito adolescente ha comenzado lo que podemos denominar una conciencia histórica; en ella, se producen las primeras interpretaciones epistémicas ―en el sentido como lo empleaba Foucault el término episteme―, relaciones de saberes, que a través de dicha interpretación, el adolescente comenzará a jugar al ‘juego político’, es decir, en torno los problemas de la libertad, la igualdad y la identidad. Si lo miramos desde una perspectiva sociológica, política o histórica: el adolescente se ha transformado (empoderado) en un actor social.

La figura del ‘actor social’ surge en la sociología como un elemento central de la visión modernista, Alain Touranie señalaba que «La concepción clásica de la modernidad (…) tiene como capital la identificación del actor social con sus obras de producción, ya se trate del triunfo de la razón científica y técnica, ya se trate de las respuestas racionalmente aportadas por la sociedad a las necesidad y a los deseos de los individuos.» (Touraine, 2006, 17) No ha de extrañar que, «Las ciencias sociales, en su afán de sistematizar, comenzaron analizando al sujeto social como una categoría fija y definible. Lo situaron dentro de la estructura socioeconómica, en torno a las relaciones sociales de producción.» (Salazar-Pinto, 1999, 93)

Para los historiadores chilenos, Gabriel Salazar y Julio Pinto, los sujetos no “son”, sino que “están siendo”, es decir, bajo un punto de vista historicista, la identidad de los sujetos se encuentra definida mediante la acción, de ahí la transitividad en ‘estar siendo’, un moverse hacia su constitución o su desconstitución.

Al margen de si es plausible o no esta interpretación en torno al actor social contemporáneo, no podemos dejar de reconocer que los jóvenes en estos últimos años han adquirido notoriedad debido justamente a las acciones políticas y sociales que se han llevado a cabo. Lo significativo de esta transformación social es que el adolescente, sin ser un sujeto productivo (económicamente), sin ser reconocido como un sujeto de derechos (político-jurídico), ha operado en una brecha insalvable para el sistema disciplinar en el cual estamos acostumbrados a vivir en Chile; ello le permitió difuminarse, como en las protestas, donde en fondo es una reunión de grupos sociales etarios, con intereses y necesidades diferentes. No existe una uniformidad de organización, así como tampoco una idea de orden o de reconocimiento. De hecho, la acción irrumpe como un “poder reconocerse”, un mecanismo de identidad socio-político, sin ser aún un sujeto de derechos. Al no tener un horizonte fijo, permite la flexibilización y la mutación no sólo de los intereses y necesidades; sino que también, la acción está envuelta en el poder simular la singularidad de un sujeto político de corte posmodernista, que plantea políticamente su ruptura frente a la sistematización y administración de los mismos derechos, ya sea a través de la violencia o a través de una performance.

 

V

 

Para concluir estas ideas, me parece relevante el comenzar a reflexionar a nuestros niños, niñas y adolescente desde una perspectiva más creativa y menos sistemática, más ética y menos económica.

Si de algo podemos estar seguros, es que la figura del ‘sujeto de derecho’ no será la respuesta a los problemas que nos enfrentamos a diario, pero al menos podemos detenernos a pensar un momento sobre las transformaciones que podrían originar la consignación real de lo que implican los derechos humanos, tanto a nivel socio-político o a nivel de un programa gubernamental de salud mental. Lo que se nos posibilita, es la innovación y la creación de nuevas maneras de comprender nuestra convivencia social, del mismo modo que la responsabilidad y el cuidado de que dicha transformación se subvierta negativamente en el desarrollo de nuestros jóvenes.

Uno de los peligros de la educación es que se escolarice, así como la psicología se psicologice (pisocologismo, ya lo criticaba Husserl a principios de siglo veinte) y se conviertan en datos que se estandarizan en función de una pauta que nos señala lo normal y lo anormal, lo aprobado o reprobado; ello no sólo conduce a la segregación sino a una racionalidad instrumental que sirve de herramienta sistémica de explotación y dominación de carácter socioeconómico, tal y como está acostumbrado el mundo del adulto.

La tarea de transformase en un espíritu con voluntad propia es la idea que más me inquieta y me parece que puede ser uno de nuestros horizontes; si llegaremos a buen puerto, eso no lo sabemos, pero hay veces en que «es preciso llevar dentro de uno mismo un caos para poder poner en el mundo una estrella», así es como hablaba Zaratustra…

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

BYUNG-CHUL HAN

2014 Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, traducción Alfredo Bergés, Barcelona, España, Herder (1ª ed.).

 

FOUCAULT, MICHEL

1978 La arqueología del saber, México, Siglo XXI (5ª. Ed.).

2008 Enfermedad mental y personalidad, Buenos Aires, Argentina, Paidós (1ª ed. 2ª reimp.).

 

MAGENDZO, ABRAHAM

2006 Educación en Derechos Humanos. Un desafío para los docentes de hoy, Santiago de Chile, LOM.

 

NIETZSCHE, FRIEDRICH

1985 Así hablaba Zaratustra, Madrid, España, EDAF, S.A.

 

PÉREZ LUÑO, A.

1984 Derechos humanos, Estado de Derecho y Constitución. Madrid. España, Tecnos.

 

PULEO H., ALICIA

2008 “Los derechos humanos, un legado de la Modernidad”, en Ciudad y ciudadanía, Senderos contemporáneos de la filosofía política. Madrid, España, Trotta, S.A.

 

SALAZAR, GABRIEL- PINTO, JULIO

1999 Historia Contemporánea de Chile II, Actores, identidad y movimiento. Santiago de Chile, LOM (1ª ed.)

 

VATTIMO, GIANNI

1986 El fin de la modernidad, nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, Barcelona, España, Gedisa.

 

TOURAINE, ALAIN

2006 Crítica a la modernidad, México, F.C.E. (2ª reimp)

 

Resulta extraño pensar que hoy en día el Estado no reconozca a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derecho. La indiferencia por los derechos humanos es algo que hemos aprendido históricamente y quizá aún no sepamos comprender y establecer los mínimos márgenes de convivencia a través de estos derechos.

En el año 2006, el mismo año de las primeras manifestaciones estudiantiles, el destacado investigador y educador chileno, Abraham Magendzo señalaba que el cometido central de la educación en Derechos Humanos[1] tiene por objetivo la formación de un sujeto de derechos, es decir, situar a la dignidad humana como valor fundante en una ética y una moral . El sujeto de derecho se educa: debe conocer los cuerpos normativos, es una persona empoderada en el lenguaje, es capaz de actuar sobre el mundo, se reconoce como sujeto autónomo en el reconocimiento de otros, es una persona vigilante de los “otros”―en sentido de la figura levinasiana de “ser guardián del otro”, ‘el cuidado del otro’― (Magendzo, 2006, 32-34). La idea de que todo ser humano se educa en humanidad es el llamado también que realiza el filósofo español Fernando Savater. La psicología no se encuentra exenta de esta realidad, la salud mental es también un problema educativo y un problema de derechos humanos. En este sentido, la instalación de un sujeto de derecho viene a convertir a la salud mental en un problema de justicia social, o si se quiere en un problema político.

 

III

 

“…lo que pasa tío, es que los grandes quieren ser niños, pero no pueden; entonces no nos dejan a nosotros los niños ser niños…” (Renata, 6 años)

Si existe un concepto que se ha cargado con una inusitada negatividad, es lo que hoy conocemos por nihilismo, el cual ha sido interpretado de diversos modos: aniquilación (Sartre), descomposición (Cioran), destrucción creadora (Bakunin), negación de la negación [vacío] (Nagarjuna, nihilismo budista), negación de una realidad sustancial (Hamilton), entre otros. El diagnóstico es diverso así también como especulativo: ocurre en la medida en que el hombre abandona el centro y se coloca en paralaje a un punto cualquiera; cuando pierden legitimidad y validez (desvalorización) los valores supremos y los absolutismos; cuando se afirma la muerte de Dios y con ello la metafísica; cuando la realidad es transformada en alegoría (como la caverna platónica) atribuyéndose el privilegio de una verdad constituyente; o cuando la experiencia yace en la novedad de la repetición, sustrayéndose a la gobernabilidad de cualquier valoración. En otras palabras, el ser se aniquila en la medida en que se transforma completamente en valor. (Vattimo; 1986). Y si es así, ¿cuál es el estatus de validez o de valor que pueda tener hoy un sujeto político bajo la máscara de un sujeto de derechos? Si nos remitiéramos a Nietzsche, la respuesta no se haría esperar: «el hombre es algo que debe ser superado» (Nietzsche, 1985, 72); no está en discusión aquí el sujeto, sino la máxima construcción que hemos hecho de nosotros mismos, “El Hombre” (que después de una larga lucha política del género, pasó a denominarse “ser humano”).

El nivel de ruptura reflexiva que impla ello, pareciera devenir en la última de las metamorfosis del espíritu que nos hablaba Zaratustra: “el espíritu, en camello; el camello, en león, y finalmente el león, en niño.», cuando el espíritu quiere su propia voluntad: «El niño es inocente y olvida; es una primavera y un juego, una rueda que gira sobre sí misma, un primer movimiento, una santa afirmación.» nos dirá Zaratustra en su Discurso. El niño es la afirmación (santa) de la creación, más allá de toda producción o reproducción, o si se quiere de todo sistema e incluso de la construcción de la subjetividad.

Cuando mi sobrina argumentaba su crítica a través de ese hermoso silogismo, yo le pregunté. No te entiendo Renata, entonces qué significa ser niño: “ser como nosotros” me respondió con una obviedad cartesiana, aquella que nos dice que el triángulo tiene tres lados.

Aunque parezca una obviedad; en la filosofía se abre la posibilidad de la pregunta ontológica, el ‘modo de ser’; es decir, la manifestación de una de las posibilidades en que podemos encontrar el sentido de nuestra existencia, la cual se ha convertido en una de las claves para salvar a la metafísica contemporánea a través de la investigación heideggeriana. Sin embargo, estas son preocupaciones de la ‘forma de vida llamada ser adulto’ e incluso de la ‘la forma de vida llamada ser adolescente’; más sospecho que es diferente a ‘ser como niño’, de hecho, la simple respuesta es ya una iluminación a la reflexión de que en el fondo todo se reduce a la apariencia de ‘ser como’, como si ya comenzara a pensar funcionalmente el mundo o si se quiere representacionalmente. Es como si la identidad aún se encontrara en tránsito, incluso la misma comprensión de lo que significa ‘nosotros’. En cierto sentido, hay mucho de simulacro en todo esto que llamamos mundo. Los niños van construyendo su propia voluntad en medio de simulacros, en este sentido, su sola existencia es prueba suficiente de que ‘el hombre es algo que debe ser superado’.

 

[1] Los Derechos Humanos pueden ser definidos como un «conjunto de facultades e instituciones que, en cada momento histórico, concretan las exigencias de la dignidad, la libertad y la igualdad humanas, las cuales deben ser reconocidas positivamente por los ordenamientos jurídicos a nivel nacional e internacional.» (Pérez Luño, 1984, 48) También se ha acuñado la expresión de “derechos fundamentales”, aludiendo directamente a los derechos de los individuos y a los correspondientes deberes del Estado. Los derechos civiles y políticos constituyen, lo que podría denominar se la primera generación de derechos humanos. «Fueron formulados por la escuela de derecho natural racionalista en los siglos XVII y XVIII. La segunda «generación» enuncia los derechos sociales y económicos a partir de las críticas socialistas originadas en el siglo XIX por la contradicción entre la igualdad ante la ley y la extrema desigualdad económica del capitalismo. Sobre los derechos de la tercera no hay un total acuerdo. Suele decirse que reclama el derecho a gozar de un medio ambiente sano, no contaminado, el derecho a vivir en paz, sin guerras, los derechos colectivos de las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas, y el derecho de los pueblos al desarrollo.» (Puleo, 2008, 186).

«― ¿Y si la historia de esta noche fuera un simulacro?»[1]

 Según el Instituto Nacional de Derechos Humanos (2013), un 62% de la población infantil declaró ser víctima de violencia psicológica y un 28,2% de violencia física; para el Consejo Nacional de la Infancia (2015), en la reciente Encuesta “Yo Opino”, los resultados señalaron que los niños sienten que su voz no es tomada en cuenta; mientras que los adolescentes creen que a medida que crecen no se les otorga la participación que les corresponde en la sociedad. En abril de 2015, se dieron a conocer los resultados de la Encuesta Casen 2013 que refleja la situación de los niños, niñas y adolescentes de nuestro país. Lo que se destaca de dichos resultados es que el 22% de menores de 18 años vive en situación de pobreza, del cual un 7,5% lo hace en condiciones de pobreza extrema. La tasa de pobreza en los pueblos indígenas se eleva a un 31,6%; mientras que en las zonas rurales es de un 36,9%. En marzo de 2014, la presidenta Bachelet, crea el Consejo Nacional de la Infancia, y le solicita a Estela Ortiz expresamente, el generar una Ley de Garantía Universal de los Derechos de la Niñez. En este espíritu de mejorar la salvaguarda de los más jóvenes de nuestra sociedad, este mes de agosto fue entregada al Parlamento un proyecto de ley que viene a llenar un anhelo desde 1990.

El Proyecto de Ley de Protección Integral de la Infancia y la Adolescencia, presentado el 2012 por en esos momentos, el Presidente del Senado, Camilo Escalona y los senadores Soledad Alvear, Patricio Walker y Juan Pablo Letelier, era calificado como el “más relevante en materia de infancia presentado en el Congreso Nacional”. Dicho Proyecto supone la superación reduccionista de la acción pública sobre los derechos de la Infancia y la Adolescencia. Desde que Chile adscribió a la Convención Internacional de los Derechos del Niño en 1990, al Estado se le impusieron deberes relativos a la creación de un marco jurídico, institucional, económico, educacional, entre otros; puesto que la estructura pública no estaba preparada (ni legal ni funcionalmente) para asumir concretamente lo adscrito en dicha Convención.

En efecto, las políticas públicas en relación a la infancia y la adolescencia han sido de carácter focalizado, del mismo modo que residual; es decir, su atención única es la protección y la respuesta frente a un problema singular (residual) que requieren de medidas especiales. Es por esto que los objetivos de los programas públicos se encuentran dirigidos hacia la vulneración de carácter socioeconómica y la protección especial de las vulnerabilidades; dejando de lado la prevención de la vulnerabilidades, la promoción de derechos y la protección general de los infantes y adolescentes.

Entre los objetivos que pretende este proyecto, podemos destacar lo siguiente: Recoger un catálogo extenso de derechos fundamentales[2]; concebir mecanismos de garantías que se traducen en un conjunto de herramientas tanto administrativos como jurisdiccionales; tutelar el cumplimento efectivo del ejercicio de los derechos de los niños, niñas y adolescentes; crear un sistema de Protección Integral que asegure la ejecución de dichos principios programáticos; propender a una justicia especializada; coordinar los entes políticos y administrativos en la generación, diseño e implementación de políticas públicas destinadas a niños, niñas y adolescentes.

No menos significativo, y quizá fundamental, es que dicho proyecto precisa a la actual legislación a reconocer a los niñas, niños y adolescentes como “sujetos de derecho”. El senador Walker lo declaraba en 2012: “hoy tenemos una ley de menores que nos avergüenza[3], que es puesta como ejemplo en muchos países, como una ley paternalista, tutelar, que solamente se preocupa de las niñas, niños y adolescentes, en la medida que estén en riesgo social. Nosotros queremos que los niños, niñas y adolescentes pasen a ser sujetos de derecho. Eso es lo que establece esta ley, que el Poder Ejecutivo, el Poder Judicial, el Poder Legislativo, tengan que eliminar los obstáculos para que se reconozcan los derechos de los niños”[4]. La ley de Protección Integral a la Infancia y la Adolescencia se basa, en este sentido, en el reconocimiento, respeto, prevención, promoción y protección de los derechos para todos los niños, niñas y adolescentes.

En líneas generales, los niños, niñas y adolescentes pasarán a ser “sujetos de derecho”, es decir, a ser reconocidos como un ser al cual es posible imputar derechos y obligaciones, y que como tal, el Estado debe velar por el desarrollo pleno de sus intereses y necesidades. En el fondo es un reconocimiento político y jurídico. Las discusiones legales pasan por sobre todo en la precisión de las palabras o la claridad de los términos, la derogación de la Ley de menores (1967) 16.618, la transformación del procedimiento legal a través de la figura de los “defensores de menores”, entre otros. A su vez, es una táctica política frente al juicio de las miradas internacionales en este tipo de situaciones.

En cuanto a la administración política, la puesta en práctica de dicho proyecto podrá realizar estudios más precisos donde enfocar los recursos del Estado, establecer políticas y programas públicos más asertivos; dinamizar las instituciones públicas en función de la demanda de los intereses y necesidades; ya sea a nivel jurídico como también a nivel de la política de salud pública, educación, etc.

Lo cierto es, y para concluir este largo punto, El Proyecto de Protección Integral, que ingresó el pasado mes de agosto al Parlamento tiene como centro gravitatorio la figura de “sujeto de derecho” para sostener la serie de transformaciones en temas tan sensibles como lo es la infancia y la adolescencia; la base que sustenta dicha figura, es que la universalidad de todos los niños, niñas y adolescentes pasaran a ser “ciudadanos”; y que por tal, el Estado debe velar por su bienestar y desarrollo. En otras palabras, a los niños, niñas y adolescentes de nuestro país se les ha entregado la carta de ciudadanía política.

 

[1] Borges, Jorge Luis. 1974, La muerte y la Brújula, en Obras Completas, Buenos Aires, Argentina, EMECÉ, pág. 503.

[2] A través de la Convención de los Derechos del Niño, los derechos orientadores de esta iniciativa estaban en línea con lo adscrito a dicha convención, a saber, la no discriminación, el desarrollo y la supervivencia, y en especial el interés superior del niño y la participación.

[3] La ley de Menores N° 16.618 data de 1967.

[4] http://www.senado.cl/presentan-proyecto-de-proteccion-integral-a-la-infancia/prontus_senado/2012-12-11/212419.html

Según lo establecido por el Ministerio de Medio Ambiente, en Chile se consumen más de 3.400 millones de bolsas plásticas al año, las que demoran 400 años en eliminarse, provocando un tremendo impacto ambiental. Pese a lo alarmante que son estos datos, la no entrega de bolsas plásticas en los supermercados es un conflicto para varias personas. Por un lado está la urgente necesidad de generar menos basura y por otro lado está la comodidad que nos da el tener una serie de productos que nos permiten embalar todo aquello que nos estorba y ponerlo en un rincón, donde no volvemos a pensar en eso.

Antes de que los supermercados se acogieran a la ordenanza de la Municipalidad de La Serena de abril del 2016, -que saca de circulación el uso de bolsas plásticas-, muchas personas, -entre las que me incluyo-, solíamos reutilizar estas bolsas para mantener la basura que generamos en nuestros hogares y así meterlos en otra gran bolsa de plástico, hasta que el camión de la basura se la llevaba para siempre.

Hasta ahora la discusión se ha centrado en dos argumentos: primero están los que defienden la nueva normativa y alegan, -con razón-, que es tiempo de bajarse de la nube y ver que debemos cambiar nuestra forma de ser y estar en el mundo, es decir, volvernos minimalistas, lo que pasa, -entre otras cosas-, por dejar de utilizar las nefastas bolsas de plástico.

El contrargumento es que no tiene sentido privarnos de las dichosas bolsas, ya que la mayoría de los productos que compramos en los mismos supermercados vienen embalados en diversos tipos de plástico, así que para qué molestarnos, si de todas formas estamos invadidos de plástico. Sumado a esto, está el negocio que genera la venta de la renovada bolsa de “género”, la misma que usaban nuestras abuelitas, pero más chic y en algunos casos, también hecha de plástico.

¿Qué pasa entonces? Nos vemos obligados a desembolsar más dinero para comprar bolsas que también son de plástico o en el caso de que exista un poco más de conciencia y dinero, adquirir las mal llamadas “bolsas biodegradables”, -en rigor oxo-degradables-, mediante las cuales el plástico no desaparece del ambiente, pero si de nuestra vista.

Si seguimos en esa linea e hilamos un poco más fino, nos damos cuenta que la verdad es que no basta con la bolsa de género para solucionar el drama de los plásticos, porque lamentablemente, muchos no tienen los medios, ni el espacio o el tiempo necesario para hacer la segregación in situ, para después transportar todos sus residuos hasta un lugar de “reciclaje” o “punto limpio”, que más encima se mueve de lugar cada cierto tiempo, cuando a todas luces debería existir un espacio público establecido para eso, lo que permitiría que se hiciera conocido para la comunidad y ayudaría a que el reciclar se transforme en una costumbre más extendida.

Por esto, para que la lucha contra el plástico sea exitosa y equitativa para todos, no basta con una ordenanza Municipal. La figura que buscamos es el Estado, que con toda su omnipresencia debe presionar para que la Ley para la Gestión de Residuos, Responsabilidad Extendida del Productor y Fomento al Reciclaje, N°20.920, efectivamente controle esta problemática mediante un trabajo en conjunto con las distintas Municipalidades de nuestro país y otorgue responsabilidad al productor de plástico, ya que hasta ahora no se han visto grandes cambio en la iniciativa empresarial respecto a la forma en que producen sus envases.

Además de esto, para que podamos instaurar una cultura de la segregación, necesitamos que nuestras autoridades creen espacios destinados a que el reciclaje en Chile sea una política pública real, lo que implica un retiro programado y permanente de los residuos en lugares cercanos y de alta concurrencia, de manera que las juntas de vecinos, plazas y sedes se transformen en verdaderos puntos limpios.

La importancia de esto, se debe a que la única forma de que pasemos de ser unos cuantos pelagatos recicladores a una comunidad comprometida con el medio ambiente, es contar con la información y la infraestructura necesaria para convertirnos en ello.

Aún así, es importante que recordemos que el problema de los plásticos responde a algo mucho más profundo y tiene que ver con nuestra forma de existir. Estamos convencidos y programados para pensar que lo más importante es hacer todo rápido, para trabajar más, ganar más dinero y así poder comprar más cosas plásticas que nos hagan felices un rato y así llenar momentáneamente el vacío que nos acomete a todos por no tener tiempo de hacer lo que realmente nos gusta.

En cuanto a la problemática de las bolsas plásticas, solo cabe agregar que la solución no pasa por volver a entregarlas, porque si los supermercados de verdad quieren sumarse al movimiento pro-ecológico deberían entregar bolsas compostables, las únicas que califican como 100% biodegradables, ya que se hacen en base a maíz.

Aunque el valor de esta alternativa es 4 veces mayor, bajo un tratamiento de compost se transforman en abono en 6 meses. Lo malo es que en Chile solo existen 2 plantas de compost por lo que no se puede asegurar que el destino de la bolsa sea el que corresponde y no existen estudios que determinen que pasa con las bolsas compostables que terminan en un vertedero.

Es por esto que necesitamos que el Estado nos demuestre su compromiso con el tema, exigiendo que las empresas y supermercados opten por la entrega de estas bolsas e inviertan en la infraestructura necesaria para la degradación de residuos, para que estos tengan otro destino más beneficioso que el de ser rellenos sanitarios.

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